Manoli Barrios explica así sus empanadillas y el nombre con el que las ha bautizado:
«Me contaba, con mucha ilusión, mi hermana Charo, el concurso ideado por Pepe Monforte de “EMPANADILLAS CONFINADAS” para pasar y repasar estos difíciles momentos en el mundo entero. Yo, desde aquí, mi rincón gaditano, he querido participar para aportar otro de los ratitos que compartiremos todos los que se animen a hacerlo.
No es un secreto que soy aficionada a la repostería, me gusta porque me evade y me transporta a lugares y momentos, con sus olores y sabores, que imagino bellos y felices.
Entre uno de mis dulces, está la Panchineta, de origen vasco, y que, creo, representa muy bien a esa comunidad. Fuertes por fuera y rellenos de sabroso corazón.
Pero, no olvidemos de que se trata de empanadillas, así que la he convertido en pequeñas versiones de la original, conservando y respetando su esencia. De ahí, su nombre, han nacido de ella.
Llegué al dulce mundo desde otro muy parecido, la literatura; ambos comparten el infinito, de lo que ya está y de todo lo que queda por venir. La imaginación es el punto de partida para los dos, muchos ya están en los libros y muchísimos están y se conservarán en las memorias de los que los oímos alguna vez a nuestros padres o abuelos contárnoslos alguna tarde de invierno rodeados del calor que nos dieron.
Por eso, quiero hacer mi versión de lo que significa “los niños de la Panchi”y que, si os apetece, podréis leer y conocer al final de mi receta».
Esta es esa versión titulada «Los Niños de la Panchi»:
La bautizaron Francisca, pero, allá, en su pequeño pueblo, era la Panchi. Mujer resuelta y aventurera donde las haya. Su vida transcurría “a su manera”, entre fogones, hornos y demás quehaceres.
Era pequeña de cuerpo y muy grande de mente. Y era, ahí, donde estaba su fuerza, no tenía melena que cortar, así que estaba a buen recaudo su fortaleza. No, no iba de Sansona, aunque sí algo de Sancha y de Quijote.
En su aldea, era la extraña, la que andaba con el pie izquierdo. Allá, solo se cultivaban los campos, no había tiempo para hacerlo con las mentes. Tierra de tomates, patatas y otras hortalizas pero no de bibliotecas. No cabía en sus cabezas esa posibilidad, solo las de ajos o cebollas, nada más.Panchi sí quería sembrar y no en las tierras. Era lista, cayó en la cuenta de que existía mucho espacio para abonar, solo había que limpiar y echar semillas a sabiendas de que no todas darían su fruto al principio. Ella era paciente, tenía todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Recorrió sus calles una a una y, en sus plazas, reunía a los que la siguieron. Contaba y cantaba sus historias construidas, desde su infinita imaginación, como buena juglar.
A pesar de no revelar la vida de sus paisanos en ninguno de sus relatos, pronto, muchos se vieron identificados con ellos. Se reconocían en el espíritu libre que ella esparcía desde sus cantos y, también, de algunos silencios.Y, fue así, desde la libertad, como no podía ser de otra manera, cómo la vida les fue cambiando, ya no era «Panchi la mujer” rara, ahora todos eran raros porque se vieron diferentes unos de otros.
Hoy, mucho tiempo después, son reconocidos como “los hijos de la Panchi”, los hijos de la libertad.
Para la masa:
- 90 gr. de aceite de oliva
- 100 gr de agua
- 35 de vino blanco
- ½ cucharada de sal
- 350 gr de harina
Para el relleno:
- ½ leche entera
- 40 gr de maizena
- 220 de azúcar
- 3 huevos
- una cucharada de aroma de vainilla
Para la cobertura:
- 200 gr de almendras crocantis
- 2 cucharadas de azúcar glas
Para la masa: Mezclarlo todo menos la harina y añadirla después hasta que quede una masa homogénea. Alisarla con un rodillo. La autora utilizado dos varillas de 2 mm para dar el grosor exacto. Cortar con cualquier base que tenga entre 9 o 10 cm. Colocarlas en la bandeja de horno encima de papel vegetal.
Para el relleno: Mezclar todo a la vez en fuego mediano hasta que tenga la textura de la crema pastelera. Dejar que se temple, envuelto en papel film para que no cree costra, y empezar a rellenar las obleas ya preparadas. Cerrarlas y sellarlas con un tenedor. Pintarlas con huevo y espolvorearlas con azúcar. Meterlas en el horno de 20 a 25 minutos a 180 grados.
Sacarlas y dejarlas enfriar sobre una rejilla.
Para la cobertura: Mezclar bien los ingredientes y espolvorearlos cuando ya estén frías.