El Topolino de los Italianos, que está a punto de cumplir 60 años, es reconocido en un libro como una de las creaciones estelares con chocolate de España.

 

Erasé una vez un helado que nació en la calle Ancha. Es la historia del topolino, el producto que un día inventara Arturo Campo en el Salón Italiano, en la calle Ancha de Cádiz, allá por los años 50. Ahora, casi 60 años después, el helado, de alguna manera, pasa a la posteridad al recogerse en un libro sobre el chocolate en España de la firma gaditana Pancracio, la empresa dedicada a la venta de chocolates de alta gama dirigida por el economista y diseñador gráfico Pedro Álvarez.

“Chocolate moderno” es un libro, realizado por la firma Pancracio bajo la dirección del propio Álvarez, en el que se recogen un centenar de recetas memorables de chocolate, entre ellas algunas realizadas especialmente para la publicación por cocineros gaditanos como Fernando Córdoba de El Faro de El Puerto, Pepi Martínez, de Tres Martínez de Barbate o Teresa Blázquez, del complejo Montenmedio de Vejer.

El Topolino aparece como una de estas creaciones memorables. El homenaje le llega al helado casi 60 años después de su creación. Gianni Campo alcanza ya los 65 años. A pesar de su nombre italiano y su cierto aspecto de galán de las películas, Gianni nació en Cádiz y se bautizó en la iglesia de San Antonio. El, junto a sus hijos Arturo y Joaquín, son ahora los encargados de que el cucurucho “de barquillo español”, que soporta una bola de nata recubierta de chocolate crujiente siga haciéndose casi igual que el primer día, cuando lo inventó Arturo Campo, padre de Gianni y abuelo de Arturo y Joaquín.

Arturo Campo estaba en la década de los 30 en Italia. Se dedicaba a la construcción y estaba casado con Iole Mosena. Ella había trabajado en varias heladerías y conocía el negocio. Los dos estaban hartos del trabajo en Italia porque les permitía estar poco tiempo juntos. Así que se liaron la manta a la cabeza y se plantaron en España. Corría el año 1935 y se instalaron en la calle Fuencarral donde pusieron en marcha un despacho de helados. Vino la guerra y se volvieron para Italia, pero cuando todo pasó, en 1939 volvieron y recuperaron el local que regentaban.

El constructor y la heladera

El matrimonio decidió venir unos días a Cádiz. A cargo del negocio de Madrid se quedó Bruno Mosena. A los Campo Mosena les encantó un local en la calle Ancha, donde había estado un banco bajo el significativo nombre de “Los Previsores del Porvenir”. Decidieron abrir un nuevo negocio, el constructor y la heladera, inauguraban 1940 el salón italiano, un local innovador por aquellos tiempos ya que combinaba el despacho de helados con unas mesas donde estos se servían y se podían degustar. De ahí, la denominación de salón.

La familia decide dejar a cargo de Bruno el negocio de Madrid, que se mantendría durante muchos años. Aún hoy en el mismo local se mantiene una heladería aunque regentada por otros empresarios.

Gianni siente admiración por su padre. Recuerda sus palabras sobre la conveniencia de que el artesano sepa de arreglar máquinas y de mecánica “porque nunca se sabe cuando se van a estropear”, enseña orgulloso las puertas del local que fueron construidas por el, destaca lo buenas que estaban sus cassatas y narra con detalle como fue él, el que creó el topolino. Hasta entonces se habían hecho algunos bombones helados, pero era la primera vez que se hacía uno de estas características, en que el helado se soportaba sobre un barquillo y no sobre obleas como se ponía en Italia.

Heladería Salón Italiano (Los Italianos)

Topolino frente a Los Italianos

Arturo había ideado un helado de nata recubierto de chocolate crujiente que se comía comodamente gracias al barquillo en el que iba metido. Iole lo vendía con facilidad en el despacho. Incluso llegaron a hacer una variante para una heladería que abrieron en Jerez y que regentó Antonio Vigorito, amigo de la familia, y que denominaron “Panchito”, aunque este, en vez del picorucho de barquillo, llevaba para sostener el bombón helado un palito de madera.

El primer trabajo de Gianni en la heladería tuvo que ver con los topolinos ya que su padre le encargó que hiciera los barquillos. El trabajo, que su padre le pagaba a 10 céntimos la unidad, era de lo más laborioso y difícil. El barquillo había que envolverlo en caliente y se quemaban los dedos. La fuerte producción hizo que Arturo decidiera encargar el trabajo a un panadero y Gianni pasó a fregar platos en la heladería.

Despachar subido en una caja de refrescos

Pero al joven Campo lo que le gustaba era despachar al público en unión de su madre y sus dos hermanas, Aida y Marina. Su padre le colocó finalmente una caja de refrescos en el suelo para que Giani, subido en ella, pudiera atender a los clientes y servirle el helado.

Aunque el sueño de Giani era ser ingeniero industrial y llegó a comenzar la carrera se dio cuenta de que lo suyo eran los helados y allí se quedó. Sus hermanas se casaron y dejaron de atender el negocio y el más joven de los Campo terminó haciéndose cargo de todo. El salón italiano se había convertido ya en una institución de la ciudad y sus “mantecaos” se degustaban desde comienzos de marzo hasta finales de octubre.

Giani recuerda, como si de una alineación de un equipo de fútbol se tratara, la primera lista de helados que ofrecieron: vainilla, chocolate, avellana, fresa, limón, nata, tutifruti y café…”pero café de verdad, resalta el heladero. Para que tenga sabor”.

Mantecao y helado

Todos los sabores se mantienen en la actualidad. Giani distingue entre el “mantecao” y el “helado”. El primero se llama así porque lleva yema de huevo y el segundo, que suele ser de frutas, no la lleva. Destaca que en Los Italianos se hacen a diario “y con fruta de verdad, ingredientes naturales y de primera calidad, porque el chocolate lo traemos de Bélgica. A los dos o tres días ya no es lo mismo, por eso es importante que la producción se haga diariamente, para que permanezca poco tiempo en el expositor”.

Destaca que el topolino sigue siendo uno de los líderes en venta y que el máximo número de estos helados se vende durante la Semana Santa. En un Jueves Santo “hemos llegado a vender hasta 1200 topolinos” recuerda.

Dentro de unos días la heladería cumplirá su tradición. El 31 de octubre, cuando se instala el puesto de castañas asadas en la esquina con San Antonio, cerrará sus puertas hasta la primera semana de marzo, cuando Giani y sus hijos volverán a abrir las puertas del Salón Italiano. Como dice Pedro Alvarez al hablar del topolino en su libro “Chocolate Moderno”, Tutti Contenti.

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